2021-05-21 – JDF. Exp. Nº 669/21 – Ref: La dictadura y el interior del departamento

Sra. Presidente: Soy parte de una generación que nació en democracia. Acostumbrados a ver las banderas partidarias hondear con mayor firmeza cada cinco años por parte de la ciudadanía, a ver trabajadores y diferentes colectivos salir a las calles reclamando derechos, reivindicando consignas por las cuales vienen reclamando de mucho tiempo y que les pertenecen. También soy parte de la generación que se apropió de los cambios, que vio el proceso de avance para que una persona puede casarse con la persona a que ama sin impedimentos legales, de la generación que iba creciendo y viendo como las mujeres lograron alcanzar el derecho de poder decidir sobre sus propios cuerpos o de la generación que veía como las minorías postergadas como los peones rurales o empleadas domésticas lograban tener algo que siempre tendría que haber sido suyo, simplemente derechos laborales. Pero esa democracia de derechos alcanzados, cada 20 de mayo se veía incompleta por un silencio que gritaba: Memoria, verdad y justicia. Desde nuestros entornos familiares, desde las instituciones educativas los testimonios que nos llegaban a quienes nacimos y crecimos en el interior, y más aún a los que somos del interior del interior, era que "acá no había pasado nada" o que "la dictadura se había sentido en Montevideo; en el interior había sido otra cosa". La Marcha del Silencio parecía representar, a quienes crecíamos y lo veíamos por televisión cada año, como algo ajeno, lejos de la realidad tranquila que se vive en nuestras pequeñas localidades. Pero los relatos son construcciones, que como toda construcción responden a un contexto determinado. Los relatos así como se construyen, también se pueden deconstruir, desembalar. Empezar a preguntar los ¿por qué? es un sano juicio para la democracia, siempre. A través de esa pregunta, quisiera compartir algunos relatos: Las pequeñas localidades tienen ese espíritu de cercanía entre los vecinos, donde para decir una dirección no se toman como referencias a las calles, sino a la casa o almacén de algún vecino. Un día del año 1978 un vecino de una de esas localidades del interior de Florida, fue destituido de su cargo como docente. ¿Cuál era el motivo? Figurar en una lista de un partido de izquierda. Debajo de un árbol le dijo a sus tres hijos la situación que estaba atravesando, que se podían decir muchas cosas de él pero que no hicieran caso. Sabía que detrás de la destitución podía venir la condena de un pueblo que vivía con miedo. El exilio terminaba siendo la única alternativa. Así fue, escapando a un país hermano, vivió en carne propia la dureza de apartarse de su gente y entorno, la dureza del exilio. El tiempo pasó y el volver a encontrarse con su esposa e hijos, pudo más que cualquier análisis de si era adecuado o no volver. A comenzar de nuevo, pero con la gran ayuda de la solidaridad del pueblo, de los de abajo. La solidaridad como herramienta de lucha hacia los de arriba y sus cómplices. En otra localidad del interior floridense, la persecución también obligó a una mujer a tener que irse de su pequeña comunidad. Puesto en cuestión su trabajo, fue testigo de ver como docentes eran perseguidos, negándosele la posibilidad de trabajar. El exilio a otra pequeña localidad del país, fue su única opción. Pero no una escapatoria a la realidad que se vivía. Allí también tuvo que ver como a vecinos de la localidad, se le quitaban sus campos, sus casas y perseguían a los hijos de éstos. Ayudar a esconder a compañeros perseguidos, a ser de mensajero para conectar familias, son otras demostraciones de que la solidaridad era la única herramienta del pueblo.

Un 12 de octubre de 1974, un grupo de jóvenes de Sarandí Grande, junto a un cura párroco de la Iglesia católica, un pastor de la Iglesia metodista, y médico fueron detenidos. Incomunicados y llevados algunos a centros militares, fueron víctimas de torturas por parte de militares.

Estos testimonios apuntan a ilustrar, de que en el interior de Florida hubo persecución y represión. La dictadura no fue solo militar, fue cívico-militar, donde una parte de la sociedad civil fue cómplice de quienes habían llegado al poder tirando abajo a la democracia; y esa complicidad, no le es ajena a muchos.

Me gustaría citar una frase del escritor colombiano Gabriel García Márquez en su obra "Cien años de soledad", para ilustrar la visión con la que nos hemos criado muchos, previo a comenzar a cuestionarnos:

"En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso. Era todavía la búsqueda y el exterminio de malhechores, asesinos incendiarios y revoltosos del Decreto Número Cuatro, pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias. "Seguro fue un sueño", insistían los oficiales. "En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará. Este es un pueblo feliz".

Tranquilamente Macondo podría ser una localidad de nuestro departamento en tiempos de dictadura cívico-militar.

En estos testimonios, el abrazo de despedida estuvo o estará. Pero aún como sociedad uruguaya y como Estado, tenemos la gran deuda con muchos uruguayos y uruguayas, que esperan poder darse esa despedida con sus seres queridos.

¿Dónde están? No al silencio ni a la impunidad. Memoria, Verdad y Justicia.

Solicito que mis palabras sean enviadas al "Grupo de apoyo a madres y familiares de detenidos-desaparecidos" de Florida.

(Fdo) Nicolás Vaz, Suplente de Edil”.